domingo, 20 de março de 2011

Las costumbres amatorias de los primeros humanos

Los pechos y caderas grandes, sinónimos de fertilidad
Las costumbres amatorias de los primeros humanos

Por Ignacio Monzón, 14 de febrero de 2011

Los Casares
Es tremendamente curioso y hasta contradictorio que la fase más larga de la Historia Humana se llame Prehistoria, esto es, “antes de la Historia”. La definición de la misma como el periodo anterior a la invención de la escritura no se ajusta a su nombre, además de que sabemos perfectamente, gracias a la Arqueología y la Antropología que, durante los más de 100.000 años que duró la “época de las cavernas”, existió una humanidad muy capaz que desarrolló las primeras culturas conocidas, con todos sus aspectos físicos y abstractos. También, fruto del avance en la investigación se ha podido valorar una sexualidad muy real y que es perfectamente constatable en el registro material.

Tradicionalmente, como ya se afirmó en la introducción de este nuevo serial, el análisis de la realidad sexual no disfrutó de mucha atención, en una actitud que historiográficamente ha sido calificada de erotofóbica. El sexo, esto es, las relaciones carnales, eran algo propio de salvajes, algo moralmente malo, representando, para ciertas mentalidades, un rasgo animal del Homo sapiens, siempre y cuando no implicara la reproducción. Era una visión tópica de sexo=utilidad, que, teniendo en cuenta la alta mortalidad infantil –al menos el 50% en los dos primeros años de vida- explicaría su pujanza en las sociedades de los hombres y mujeres de aquellos días. Tampoco debe obviarse el pudor natural de muchos especialistas –que como siempre ha defendido el autor de estas líneas, son humanos aunque no siempre lo parezcan- y la errónea idea de que el impulso sexual es algo puramente biológico y, por tanto, no relacionado con la realidad cultural humana. Afortunadamente las nuevas perspectivas, sobre todo desde los años 60 y 70 del siglo XX, han revalorizado este aspecto de la conducta humana para colocarlo en el grupo de lo esencial.

Que las relaciones amatorias servían para tener descendencia y asegurar la pervivencia del grupo es algo incuestionable, pero no por ello son menos válidas las funciones simbólicas y placenteras del mismo. Como afirma Edald Carbonell, el tema de la sexualidad es un reto que debe abordarse desde elementos como la racionalidad, la intuición y la ciencia (“El sexo social”, 2010).

Desde el Paleolítico Superior, con las primeras representaciones “artísiticas” del género humano, asistimos a la creación de escenas que parecen contener un potente significado erótico. En Europa, el Gravetiense, hace unos 30.000/25.000 años, inauguró la plasmación de mujeres en soporte duro, esto es, las famosas “Venus esteatopigias” o “paleolíticas”. Mujeres esculpidas de manera que se destacaran sus atributos sexuales, bien como forma de relacionarlas con su capacidad reproductora –como “diosas madre-tierra”- o hasta por mero placer estético, como llegó a proponerse, han interesado a los estudiosos desde hace ya un siglo. A pesar de su esquematismo, denotan un buen conocimiento de la anatomía femenina, destacando los pechos, grandes y caídos, las caderas y glúteos, muy abultados y los genitales exagerados, que en ocasiones se muestran dilatados –preparándose para el coito o como signo de un parto-. Ante la falta de testimonios escritos se pensó que eran algún tipo de diosas de la fertilidad, pero algunos aportes de la Antropología hicieron pensar que se trataba de imágenes de belleza ideales, algo complementario a lo anterior.

El gusto de hombres de ciertos pueblos africanos por mujeres de proporciones similares a las de las figuras paleolíticas es algo que existe, a día de hoy, en África, América, Oceanía y Asia, por lo que no es una idea rocambolesca. Los pechos y caderas grandes son sinónimos de fertilidad, los primeros por servir de fuente de alimentación de los recién nacidos y las segundas por facilitar los alumbramientos. El resto de grasa acumulada, tanto en el abdomen como en los glúteos –de ahí su nombre de “steatopygia”- se apreciaría como un certificado de salud y supervivencia, ya que estas reservas corporales hacían a las mujeres más resistentes a enfermedades y hambrunas. Ejemplos de estas “venus” las tenemos por diferentes zonas de Europa, excluyendo a España, como las famosas de Willendorf (Austria), Lespugne (Francia) o Dolní Vestonice (República Checa).

También poseemos un buen repertorio de imágenes grabadas o pintadas en objetos muebles y en las paredes de abrigos y cuevas, lo que aumenta el número de ejemplos que podemos comparar. Evidentemente, su significado o significados exactos no pueden conocerse por ahora, pero es una demostración muy patente del alto conocimiento de los órganos sexuales –fruto de la atención a los mismos- por parte de las poblaciones humanas de la Edad de Piedra. El “Panel de las Vulvas” de la Cueva de Tito Bustillo (Asturias), el grabado de una vulva en Le Blanchard (Francia) o la imagen de una penetración de la Cueva de los Casares (Riba de Saelices, Guadalajara) con representaciones de órganos genitales femeninos y masculinos, son buena muestra de ello.

Pero si la investigación del registro material prehistórico se nos presenta, en este caso, como un callejón sin salida, ¿de dónde podemos sacar la función sexual no únicamente reproductiva de esas comunidades? Más arriba ya se ha señalado el gran valor que ha cobrado la Antropología. En la actualidad, millones de personas en todo el globo siguen viviendo en estadios culturales líticos, incluso sin conocer el cultivo o la domesticación de animales. Gracias al acercamiento a estas sociedades se ha podido desmitificar en gran parte la Prehistoria humana y sus comportamientos. Sabemos, por ejemplo, que la idea de que el Hombre de las Cavernas era un cazador de mamuts y otros grandes mamíferos no es correcta.

Se cazaban animales más pequeños y se también se practicaba el carroñeo, pero sin necesidad de hacerlo durante todo el día. Los “estómagos con piernas” de hace décadas se han revelado como gentes que aprendieron tan bien a proveerse de recursos que empezaron a disponer de tiempo libre, con todo lo que ello conlleva. Imaginar, abstraer y dedicarse al placer se pudieron fundir en el caso del sexo, algo que se demostraría en el caso de las pinturas rupestres y los supuestos actos carnales en posturas muy variadas. Ya fuera por placer, ya fuera por cualquier otra razón, el hecho de gastar tiempo y energía en dejar constancia de esto no puede ser algo de escasa importancia. Como apunta Carbonell, la sexualidad desbordó lo puramente biológico para convertirse en una estrategia de adaptación al medio y a la sociedad. Nacía, por tanto, el “sexo social”, la sexualidad humana.
http://www.elreservado.es/news/view/262-el-sexo-en-la-historia-seriales-historia/958-las-costumbres-amatorias-de-los-primeros-humanos

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